Dulces Párrafos THE DUFF



Los dedos de Wesley continuaron masajeándome suavemente la sien.
- No estaré haciéndote daño, ¿verdad?
- Para nada.
En realidad, el modo en el que me masajeaba el cráneo resultaba muy agradable. Suspiré y me incliné hacia su mano.


- ¿Estás bien? -me preguntó. volviéndose por fin hacia mí-. ¿Necesitas una bolsa de hielo o algo?
- No -contesté. Tenía la garganta dolorida de llorar y mis palabra sonaron un tanto roncas-. Ya no me duele.
Me apartó el pelo de la cara, rozándome apenas la sien con los dedos.
- Bueno -dijo en voz baja-, por lo menos ahora lo sé.
- ¿El qué?
- De qué estás intentando escapar.
No respondí.


- No tengo ningún inconveniente en que me utilices -comentó mientras se ponía la ajustada camiseta negra. El aspecto de su pelo también era bastante incriminatorio-. Pero me gustaría saber para qué.
- Para distraerme.
- Eso ya lo suponía.
El colchón crujió cuando se dejó caer de espaldas y colocó los brazos detrás de la cabeza.
- ¿De qué se supone que estoy distrayéndote? Si lo supiera, es posible que pudiera hacer mejor mi trabajo.
- Estás haciéndolo perfectamente. -Me pasé los dedos por el pelo, pero ya no podía hacer más. Me aparté del espejo con un suspiro y me volví hacia Wesley. Para mi sorpresa, estaba observándome con auténtico interés-. ¿De verdad te importa?
- Claro que sí. -Se sentó y dio una palmadita en el colchón a su lado-. Este cuerpo asombroso es algo más que unos abdominales impresionantes. También tengo oídos, y resulta que funcionan a la perfección.



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